El Valle de la Crítica.
Donde los susurros se vuelven gritos ensordecedores.
Euphoris cayó rodando por una pendiente interminable hasta detenerse en un valle oscuro, donde rocas afiladas sobresalían como garras. El aire estaba cargado de ecos desgarradores, voces que rebotaban entre muros invisibles como un coro implacable:
“Nunca serás suficiente…”
“Siempre fallas…”
“Todo lo que haces está destinado al fracaso.”
Las palabras la envolvieron, apretando su pecho con espinas invisibles que desgarraban su confianza. Sus pasos resonaban como acusaciones vivientes, multiplicándose hasta volverse ensordecedores.
Figuras distorsionadas surgieron de las sombras: rostros conocidos, imágenes de personas cuya aprobación Euphoris había buscado o temido perder. Sus ojos vacíos ardían con desprecio, y sus bocas torcidas repetían sin descanso:
“¿Por qué sigues intentando?”
“Careces valor para mi.”
“Me has decepcionado.”
Alyktor apareció entre ellos, con su cuerpo cambiante, un reflejo de todos los temores que habitaban en el alma de Euphoris.
“Aquí está tu verdad… la has conocido siempre.”
Euphoris se arrodilló, agotada y herida, envuelta en sus propios miedos. Las voces crueles la aplastaban, repitiendo sus peores dudas hasta hacerlas parecer verdades absolutas.
Entonces, su mano temblorosa tocó algo frío y sólido: el espejo de bronce que Atenea le había dado antes de entrar en el Inframundo. Necesitaba algo a lo que aferrarse. Lo levantó y se miró.
No vio una figura Divina. Vio humanidad.
Se vio a sí misma.
No era invulnerable ni perfecta. Era real.
Vio cicatrices… pero también valentía.
Vio ojos llenos de dudas… pero también de fuerza.
Vio errores… pero también aprendizajes.
Vio vulnerabilidad… pero también potencial infinito.
Vio una luz suave y persistente… siempre viva.
Su esencia no era perfección, sino capacidad de cambiar, resistir y avanzar. Era alguien imperfecta, incompleta, y justamente por eso… capaz de crecer.
Las voces no podían tocar eso.
La luz que veía no necesitaba ser demostrada.
Era suficiente.
Siempre lo había sido.
Respiró hondo.
Las figuras distorsionadas que la rodeaban se quebraron como cristal bajo su mirada serena. Las rocas afiladas se desmoronaron, dejando un sendero transitable.
Las voces implacables se callaron… pero no desaparecieron. Solo que ahora, ya no pesaban. Algunas se transformaron en susurros de advertencia… lecciones difíciles, pero valiosas.
Euphoris se incorporó, levantando la cabeza.
“No soy lo que dicen.”
“Soy quien elijo ser.”
Lección Integrada: Aceptar la propia humanidad es reconocer que el valor no está en ser perfecto, sino en seguir adelante, aprender y crecer.